No mires arriba cuenta la historia de dos investigadores que encuentran un meteorito en trayectoria a chocar con la tierra, sus observaciones y cálculos corroboran la hipótesis y deciden transmitirlo a la sociedad. Los problemas surgen cuando la presidenta y los asesores políticos de la Casa Blanca trivializan el evento, descalifican a los académicos y niegan la gravedad del asunto, tomándoselo a risa con la grandilocuencia de la ignorancia impune. Por otro lado, los programas de televisión buscarán, como siempre, el morbo y la frivolidad antes que acercar la verdad a su audiencia. Adam McKay refleja perfectamente el estado de situación actual en épocas de COVID-19. Si bien la película se comenzó a producir antes de la declaración de la pandemia, nuevamente la ficción supera a la realidad, no solo mostrándola sino además satirizando lo abominable: el macartismo de la clase política norteamericana, la poca fuerza mediática del sector académico y científico, el poder de los medios de comunicación sobre un sector social perezoso mentalmente y el nuevo rol de los CEOs millonarios como gurúes de la felicidad y la alienación emocional.
La película deviene un espejo de la sociedad, del poder de las tecnologías en la transmisión de la posverdad a través del bombardeo comunicacional, el cual logra que se relativice cualquier peligro y se habiliten así expresiones negacionistas. Como toda producción que se pretende crítica desde una plataforma de streaming, la película muestra con un poco más de estridencia una caricatura del ex presidente norteamericano Donald Trump y de los republicanos en general. Recordemos que Trump montó una escena: helicóptero y quita de barbijo en el balcón para decir ante las cámaras “el virus del COVID no mata”. Una vez más, “Hollywood parodiando a Hollywood”, Estados Unidos ya no salva al planeta y la sociedad mundial y sus referencias ideológicas se encuentran eclipsadas por la manipulación mediática.
El documental Nada es privado (también en Netflix) sobre los trabajos de Cambridge Analytica muestra cómo la consultora utilizó datos personales provistos por Facebook para «bombardear» a los usuarios con contenido estratégico basado en «perfiles psicológicos» a favor de campañas políticas. Allí se explica cómo utilizaron la Matriz O.C.E.A.N, que mide adaptabilidad (Openness), organización (Conscientious), introversión/extroversión, sociabilidad (Agreeableness), estabilidad emocional (Neuroticism). El objetivo del estudio de los perfiles psicológicos de los usuarios tiene como fin el direccionamiento tanto de la publicidad comercial como del marketing partidario, indistintamente de si la información que se transmite es verdadera o falsa. Lo que el documental muestra es la comercialización de la Big Data, donde los millones de perfiles en las redes sociales se vuelven un activo de los grandes monopolios.
El creador de Black Mirror, Charlie Brooke, también se animó a parodiar los discursos que se promueven desde los medios de comunicación. En Death to 2020 (Netflix) narró, en formato de ironía y humor negro, los distintos relatos que se reproducen actualmente desde algunos sectores sociales. Con actores que hablan en primera persona se expresan las visiones que tendrían un periodista, un historiador, un vocera presidencial, un ama de casa, una psicóloga y un empresario. Sin ser claras las intenciones del director durante gran parte del material, nuevamente “se parodian” las visiones conservadoras y hasta fascistas de la sociedad. Si hay algo que estos tres materiales de Netflix muestran en común es cómo la agenda mediática, a través de toda una logística comunicacional (hashtags, videos virales, noticias, publicaciones y hasta memes), puede instalar ideas, conceptos y argumentaciones que habilitan, promueven y hasta justifican distintos discursos y debates sociales mayoritariamente en beneficio de grupos concentrados. Por ejemplo, discursos tales como el terraplanista se terminan convirtiendo en el material político de nuevos movimientos de masas. Neologismos como “conspiranoia” o “covidictadura” se vuelven lenguaje común en el enfrentamiento social que generan los medios. Divide y reinarás.
Si hay algo que estos tres materiales de Netflix muestran en común es cómo la agenda mediática, a través de toda una logística comunicacional (hashtags, videos virales, noticias, publicaciones y hasta memes), puede instalar ideas, conceptos y argumentaciones que habilitan, promueven y hasta justifican distintos discursos y debates sociales mayoritariamente en beneficio de grupos concentrados
Si en los primeros tiempos de internet una de las consignas era la democratización de la información para una sociedad más formada, hoy podemos verificar que lo que hay es una distorsión y una difusión deliberada de cierta realidad en la que los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones a las emociones, construyendo así una especie de sentido común en el que se promueven discursos nihilistas, anticiencia y hasta fascistas.
LIKE PARA EXISTIR
El pasaje de la era moderna a la posmodernidad está orientado por el veloz avance tecnológico y éste, a su vez, afecta las relaciones de producción, la permanencia de ciertos discursos hegemónicos, las relaciones institucionales y los vínculos entre las personas. Hoy el mundo no solo se enfrenta al calentamiento global provocado por el humano, sino también a un crecimiento insidioso del «mundo virtual» por sobre el mundo real. Si Bauman pensó un mundo de la fluidez donde los vínculos se vuelven líquidos, hoy éstos se disuelven en la red de algoritmos. En No mires arriba se logra, vía la “viralización” del descrédito a científicos, que un sector niegue un hecho inminente. Con el hashtag #dontlookup se logra instalar, o quizás estimular, cierta condición delirante de un grupo de personas que será muy bien aprovechado por algunos sectores para beneficiarse económicamente. En la película, el CEO-gurú (un empresario estilo Ken, ideal estético posmo) logra instalar que el meteorito traerá novedades al mundo y generará nuevas fuentes de trabajo. Se muestra aquí la obsolescencia programada de los productos comerciales y bienes. No solo consumimos objetos, tecnología, moda y entretenimiento, sino que además nos volvemos objeto de consumo. En cierto punto, somos «consumidos» por nuestras propias construcciones.
La coyuntura tecnológica cultural construye nuevos modos de existencia y participación social, de comunicar, de acceder a la información, de significar la vida en sociedad, de desear y vincularse. Facebook, Twitter, Instagram, Tik Tok, Tinder, y gran cantidad de aplicaciones garantizan la existencia de las personas en el mundo, una forma posmoderna del «self». El ser humano que construía su subjetividad de manera introspectiva hoy lo hace diferencialmente orientado por la enajenación de estímulos. La vida misma se vuelve un espectáculo a difundir. En palabras de Debord, “el espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes”. La identidad se configura hoy como una responsabilidad reflexiva que busca la aceptación, cierta autonomía y una constante autorrealización. La felicidad como estado se vuelve un horizonte cercano, aprehensible y singular sostenido por la publicidad engañosa que vende “ser feliz es una elección diaria” mientras la realidad de la vida cotidiana solo provee malestares, injusticias y angustias. En pocas palabras, las TIC alteraron el paradigma de la comunicación; hoy los algoritmos que miden los hashtags, los trending topics y su viralización serán quienes orienten o instalen la agenda de la opinión pública y los discursos de verdad. La articulación entre televisión y redes sociales puede ser letal si pensamos en cuánto puede convencer a las personas. En una genial escena de No mires arriba, un alterado Dr. Mindy responde al bombardeo de ataques anticiencia; ofuscado responde desde su teclado: “Se llama método científico, y eso ha creado la computadora donde estás escribiendo tus tontas teorías conspiranoicas…”
La felicidad como estado se vuelve un horizonte cercano, aprehensible y singular sostenido por la publicidad engañosa que vende “ser feliz es una elección diaria” mientras la realidad de la vida cotidiana solo provee malestares, injusticias y angustias.
Intentando no caer en un acérrimo pesimismo, el avance en materia de redes sociales también ha promovido mejoras en algunos aspectos de la vida cotidiana facilitando algunas cuestiones que antes requerían otros tiempos y procedimientos. Todo depende del uso que se les dé y con qué fines: el horizonte no es otro que reflexionar sobre la medida. Si bien organizan la agenda de algunos temas, hay todo un mundo que está sucediendo ya hace décadas y que no es tendencia: calentamiento global, pobreza y desnutrición, enfermedades crónicas, explotación humana, etc., aún siguen aquí, ahora, en muchas partes del mundo.
Queda pendiente profundizar sobre cómo esta plataforma de streaming puede también orientar el material a mirar y por lo tanto, las películas que discutimos. Inmediatamente, llovieron los artículos sobre No mires arriba y el debate quedó instalado. Esta nota se incluye dentro de este grupo y continuará con el tendal de análisis sin poder cambiar, salvo excepciones, el rumbo de las cosas. Aún así, disfrutamos de estos espacios para poder compartir ideas y construir colectivamente. Sabemos que estamos aquí para celebrar, en el mejor de los casos, los buenos usos de las tecnologías de comunicación.