Lars

Sabía que me esperaba una larga jornada. Para llegar al aserradero, debía atravesar el bosque. ¿Debía pasar por ese lugar? Tantos rumores y leyendas acerca de que estaba maldito… allí no crecía ni un solo roble. Tenía un rifle a mano, ¿por qué temer a los cuentos de los pueblerinos?

Amanecía.

“Todo mal se disipa con el brillo del sol” me murmuró un monje antes de que fuera ejecutado en la pequeña plaza del pueblo ante la algarabía de la muchedumbre. Es por eso que me arriesgué y crucé el bosque. Vi una ardilla a lo lejos. El animal alzó la cabeza y se perdió entre los árboles. Al llegar al lugar, les pregunté a unos trabajadores por el capataz. Ellos sabían que venía a buscarlo.

—¿Está usted listo, Lars?

—Sí —me contestó haciendo una reverencia.

Se dio la vuelta, cruzó los brazos y lo até con unas sogas que había llevado.

—Caminará delante de mí y sólo nos detendremos para beber un poco de agua —le mostré la cantimplora que colgaba de mi cuello—. ¿Entendido?

—Sí, señor.

—Andando, entonces. 

No faltaba mucho para que anocheciera.

—Apure el paso, Lars. ¿O piensa dormir en el bosque?

La sola idea de pasar la noche en ese lugar lo aterró. Comenzó a caminar desesperado. A decir verdad, era la primera vez que yo sentía compasión por alguien.

Había escogido un trabajo duro como ayudante del comisario: capturaba delincuentes que merecían un castigo y los llevaba a la horca. Un trabajo como cualquier otro, pero que no cualquiera podía llevar a cabo. Había que ser capaz de obligar a una persona a caminar cuando no quería (si era necesario, había que arrastrarla) mientras te contaba su verdad o te suplicaba. El camino terminaba en la celda donde había que dejarla. Después, se debía ver a esa persona dar su último grito en la plaza.

De Lars no sabía nada. ¿De qué lo acusaban? Puro hermetismo. Sin embargo, la idea era llevarlo ante el tribunal y así lo haría.

Todo se nubló y una lluvia repentina empezó a caer.

—Debemos resguardarnos —dijo Lars—. Conozco una cabaña abandonada más adelante.

–Las órdenes las doy yo, recuérdelo, Lars. —Le dije, picándolo con la punta del rifle—. Iremos hacia allí, pero no intente nada.

Lars me llevó hasta una cabaña de madera negra y mohosa que se encontraba lejos del camino. 

—Entre —le dije.

Lars abrió la puerta, tuvo que empujarla porque la madera hinchada se arrastraba contra el piso. Me pregunté cuánto tiempo estuvo deshabitado ese lugar. Las telarañas tocaban el techo y el piso. Había una chimenea con un derruido tapete y un poco de leña seca.

—Dese la vuelta —Lo desaté y lo mandé de un empujón a la chimenea. Cayó de rodillas y le arrojé unos fósforos —. Prenda el fuego.

Lars obedeció.

Mientras el pobre se ocupaba de calentar el ambiente, aproveché para fumar un cigarrillo. Afuera, la lluvia era cada vez más tormentosa. Todo indicaba que pasaríamos la noche ahí.

—¿Cómo conoce este lugar?

—Acá vivía una familia. Desde que lo abandonaron, los leñadores lo usamos como refugio para estas situaciones. A veces, dejamos algunos troncos o unas cobijas viejas.

—¿Qué le pasó a la familia?

—Dígamelo usted, llevó al padre a la horca hace unos años.

—Yo no lo llevé a la horca, lo llevé a su juicio. Aprenda la diferencia —dije, mientras echaba un flechazo de humo. 

Lars se quedó abanicando el fuego hasta que empezó a prender.

—Usted parece un buen hombre, Lars. Sinceramente, no lo creo culpable de algo. Cuénteme si quiere o no lo haga, está en todo su derecho.

Lars llevó la mano a su frente.

—¿Qué pasa? ¿Le afecta el calor?

—No, no…—dijo con voz temblorosa—. Si me lleva al pueblo es seguro que me colgarán. Es lo único que voy a decirle.

—¿Acaso se olvida de que hay un juicio?

—¡No me haga reír! Todos ellos son títeres manejados por el comisario. ¿Recuerda a Constantin, el monje? Lo acusaron de violar a una de las niñas del pueblo para que él pueda quedarse con sus tierras, aquellas que se encuentran detrás de la vieja abadía.

—Esas tierras pasaron a las manos de unos compradores externos al pueblo.

—Compradores que nadie vio y que comparten el apellido con la esposa del comisario.

—¿Usted realmente cree en eso, Lars?

—¿Creerlo? ¿No es obvio lo que pasa? —Sí, sí lo era—. El comisario, el alcalde y sus hombres quieren quedarse con todo el pueblo y sus alrededores.

—¿Y con usted qué ganarán?

—El aserradero, por supuesto —Lars acomodó los troncos que soltaron chispas al agrietarse—. La mitad de los hombres que quedan trabajan para mí. De esta forma, el comisario finalmente controlará el lugar.

Un relámpago iluminó nuestras caras y nos sobresaltó un trueno que parecía querer romper la noche. Miré por la ventana: entre los relámpagos, me pareció ver al monje con una expresión severa parado debajo de la lluvia. Desapareció en un destello.

—¿Lars, usted vio… —Lars estaba sacando algo de debajo del tapete, pero lo volvió a guardar enseguida.

—¿Qué tiene ahí?

Lars se dio vuelta atemorizado, sacó un cuchillo y yo alcé mi rifle.

—¡Baje eso o lo mato aquí mismo!

—Le voy a ahorrar el trabajo —dijo y se apuñaló en la pierna.

—¿Qué está haciendo?

—Si me deja aquí moriré desangrado. Evíteme la vergüenza de que me vean colgado en la plaza como un muñeco.

—¡Levántese!¡Salga!¡Lo llevaré a rastras si es necesario!¡Camine!

Pateé el cuchillo y arrastré a Lars hasta la tormenta. Abrí la puerta y me quedé paralizado: no podía explicar por qué, pero los árboles negros que se veían pausadamente por los rayos parecían amenazantes.

—Camine, vamos a llegar antes de que se muera.

—¡No, el bosque no!

Nos adentramos unos metros y Lars se detuvo.

—¡No, máteme si lo prefiere, pero no entraré más!

Lars se derrumbó. Lo arrastré, furiosamente, dentro de la espesura, pero fue inútil. Había perdido mucha sangre.

—¡Maldita sea, Lars!

—Déjeme… corra. —susurró.

De repente, los árboles decapitados empezaron a revivir y se convirtieron en una multitud de sombras, sombras de gente que yo conocía. Mi corazón se detuvo. Ellas se acercaban a mí. En lo profundo de la noche, se oyó un grito. Era mío, mi último grito.

Alexander Platz es el autor de la nota.
Forma parte del taller El tintero
Indi Paredes es la editora de la nota.

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3 comentarios sobre “Lars

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