Mis Últimos Cartuchos

Son las 10 am. Estoy en la oficina y me aburro. Me preparo el mate para robarle unos minutos al excel y escucho de fondo a una persona que dice: “Esta es la millermania, la manía de ponerle Miller a todo”. No puedo evitarlo. Cuando me pregunten por qué me río, va a ser difícil explicarlo. 

Ahí donde esperaba encontrarme el ritual del estándar radial apareció algo nuevo, sin sentido. Quizás fue eso lo que me atrajo, no encontrar lo que estaba acostumbrado sino una tangente.

La primera vez que escuché Últimos Cartuchos fue de rebote. Había un juego y yo estaba prestando poca atención. Cuando suspendí mi lectura para escuchar la radio, el juego ya no existía. En vez del oyente jugaba Migue. ¿Las reglas? Se creaban en el momento. ¿El premio? No había. Ahí donde esperaba encontrarme el ritual del estándar radial apareció algo nuevo, sin sentido. Quizás fue eso lo que me atrajo, no encontrar lo que estaba acostumbrado sino una tangente.

Desde chico me gusta la radio, crecí escuchando a la Negra Vernaci porque era el programa de mi mamá y sus puteadas me divertían. De adolescente escuche a Dolina cumpliendo el protocolo de todo lo que es estar creciendo, ser porteño y buscar sentido. Expresé mi identidad de clase media haciendo zapping con radio Metro y obvio que pase por Futurock en el desamparo cultural del primer año del macrismo. Pero en ese momento la radio con sus formas y sus rituales ya no me atraía, no había programa que me interesara. Me habían aburrido sobre todo esos pensados para les jóvenes. 

“Hay una tortuguita abajo pidiendo por la lechuga que le robaste Migue”.

Últimos Cartuchos empezó a gustarme en el post mortem de la batalla cultural permanente, ahí donde el modelo del consumo cultural encarnando la grieta había colapsado, al menos para mi. El influencer sobreideologizado ya no me divertía, una réplica de 678 por otras vías, algo de sentir que ya no había nada que hablar con mis amigues por fuera de la militancia. Era tal el desconcierto de esos años del macrismo que ya no sabíamos de qué nos reíamos. Algo me hacía desconfiar del humor en lo igual a sí mismo. Reírse de un otro para reafirmarse en el lado bueno me sonaba a una trampa más bien superyoica. Hice esfuerzos por reírme del humorista verdugueando viejitos por el simple hecho de que era compañero, pero no pude. Hubo que reinventar el lenguaje para hablar de los afectos del momento post 2017 y el delirio en el humor implicaba una crítica al modo de narrar la realidad que había en los medios.

Últimos Cartuchos empezó a gustarme en el post mortem de la batalla cultural permanente, ahí donde el modelo del consumo cultural encarnando la grieta había colapsado, al menos para mi.

Me pasaba de encontrarme en las redes con palabras nuevas que se estaban moviendo, incluso aunque yo no supiese qué significaban. Esa novedad me gustó y decidí escucharlos todos los días en el trabajo mientras simulaba ser un oficinista correcto que lee Infobae. Empezar a escuchar Últimos Cartuchos es meterse en un lenguaje. Por eso algunes salen eyectados. Al principio, no se entiende. No es inmediato.  
Alrededor de UC se fue armando una comunidad, un conjunto de códigos compartidos. Un lenguaje para mi generación. Es que no se trata de dirigirse al estereotipo de joven ideal que se arma el mercado, es en todo caso que haya una búsqueda realmente original, disruptiva, diferente que capte nuestro interés. 

El modo de consumir UC por videos, por recortes de redes, hizo que la difusión sea boca a boca, o juntada a juntada con YouTube de madrugada. Encontrarse con amigues compartiendo algo que nos daba risa. Una comunidad de límites difusos, que moviliza  cierta incomodidad porque al fin de cuentas una comunidad no es de los iguales a mi.  No sé si todo el que escucha UC tiene mi misma ideología, estoy seguro que ni Migue o Martín la tienen, tan solo sé que nos reímos de lo mismo. Se abre el juego.

Dame, dame la navaja Alvaro….

Pero hay algo extraño en Últimos Cartuchos que incorporó todo un ambiente al que la mayoría de los medios miraba con cierto recelo. El programa se nutre del mundo de los influencers y las redes, se llevan bien con eso. Pero ese mundo al contrario de cierta impostura solemne es el summum de la frivolidad. Un mundo de canjes y vidas plastificadas, lejos de cualquier tipo de posición que implique un riesgo de unfollow. Algo de ese ambiente  parecería ser representado más linealmente por Generación Perdida con su look cool y la pose post punk rebelde. 

Sin embargo, Últimos Cartuchos logra una convivencia graciosa entre estos mundos, a los que con ironía los mezcla y desmezcla. Porque no se puede decir que UC no tiene opinión, no vive en la misma burbuja que muches de sus invitades, pero tampoco hace de su postura una posición rígida y seria que se enclaustre en la comodidad de les que piensan igual.  Quizás un poco de la convivencia entre Migue y Martin, entre lo popular y lo snob, entre Sin codificar y Famoso por Isat, haga que en el mismo programa puedan coexistir ambos mundos. Un poquito de brodilovi y un poquito de Lakerman.

ENEBEAAAAAAAAAAAAAAAAAAA

Según Capussoto el humor siempre es absurdo, la raíz del mismo es dar vuelta una situación cotidiana. En Últimos Cartuchos no hay humor que no sea absurdo. De hecho la mejor parte de las miles de cuentas Últimos Cartuchos Out of Context es que el programa en sí mismo es un gran Out of Context. Lo cómico en UC proviene de la aparición incesante de ideas delirantes. Si cada generación creó su humor para tramitar su época, Chachacha experimentó en lo grotesco de los noventa, Todo por Dos Pesos desvirtuó el delirio mismo del país uno-a-uno y Peter Capusotto se dedicó con humor a desolemnizar a la cultura de la generación del 70 en el velorio del rock.

En esta época de ebullición de sentidos y significados, de respuestas y manuales, el sinsentido del humor de UT fue un encuentro reconfortante. Últimos Cartuchos es la mejor expresión de lo absurdo de pertenecer a nuestra generación. 

Pero al menos para mí el absurdo fue también una manera de tramitar la insatisfacción con la realidad. Porque Últimos Cartuchos interactúa con una generación ambivalente cuya complejidad está en su misma denominación: joven-adulto. ¿Cuál de las dos? ¿Las dos al mismo tiempo? ¿Cómo soportar el ir haciéndose adulto sin un poco de la distancia que da el humor? En esta época de ebullición de sentidos y significados, de respuestas y manuales, el sinsentido del humor de UC fue un encuentro reconfortante. Últimos Cartuchos es la mejor expresión de lo absurdo de pertenecer a nuestra generación. 


Igual no estaba hablando con ustedes kingas.

3 comentarios sobre “Mis Últimos Cartuchos

  1. Tremenda nota, me dio bronca en su momento volverme fanático de un programa de radio, hasta que descubrí que era mucho mas que un programa de radio, estoy todo vivotronico, el bot 34 no puedCULÍÍÍÍ

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  2. Lo estaba leyendo mientras anunciaban en el programa que se despiden a fin de mes.
    Que hermoso!!
    Un anuncio que le da sentido al título… supongo que estas dos semanas y media serán mis últimos cartuchos … muy gracioso y muy triste …

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